"Me enamoré de tu postre" (Mei Lin)

Una semana es lo que había pasado desde que Catalina había probado ese delicioso postre. Siete días y Catalina no podía olvidar el sabor del pastel de piña que aquella mesera le había regalado. Sin duda los fideos con pollo estuvieron sabrosos, pero eso no fue lo que cautivó su paladar. Ella no optaba mucho por volver a los mismos restaurantes a comer, pues prefería descubrir platillos y sabores nuevos (además de irse sin pagar). Le gustaba mucho tener nuevas experiencias, así que si no hubiera sido por ese rico platillo, no estaría rumbo al barrio chino en busca de aquel lugar al cual terminó llegando al azar.

Ya estaba más familiarizada con esta parte de la ciudad. Ya podía dirigirse a la biblioteca, al parque y al departamento que estaba “rentando” sin ningún problema. Pero el barrio chino era otra situación totalmente distinta. Parecía un laberinto hecho para que intrusos como ella se perdieran. La primera vez que entró fue alrededor de medio día y Catalina creyó que esa era la razón para que las calles estuvieran congestionadas de gente ocupada caminando con total prisa o trabajando arduamente en sus mercados o tiendas de chácharas. La vez anterior que llegó no supo apreciar por el hambre y la desorientación el ambiente asiático de las casas, negocios y demás alrededores. Pero de noche, era todavía más hermoso.

Lámparas de papel de vivos rojos, naranjas y amarillos colgaban cálidamente por las calles mientras los establecimientos tenían prendidas de diferentes colores llamativos los anuncios de sus locales. Los faroles altos y elegantes ayudaban a iluminar las calles principales mientras la multitud caminaba a sus propios destinos y los puestos de comida llenaban de aromas picantes, dulces y salados el lugar. Incluso había una pagoda en el fondo que brillaba tan grácilmente que Catalina no dudó que fuera su primera fotografía de la noche.

Mientras avanzaba en busca de “La flor de Loto”, la joven con su cámara capturaba la estética oriental de la zona. Algunas personas le llegaron a gritar a lo que ella suponía eran quejas por estorbar en el camino pero no le importó. El barrio chino estaba tan vivo que saturaba sus sentidos y no podía evitar sentirse afortunada de poder experimentar tal escenario. Por primera ocasión no tenía ni la más remota idea de cuánto tiempo iba a quedarse en la ciudad. Bien podía ser unos meses o hasta años. Pronto tendría que buscar un empleo estable y una casa agradable para hospedarse. Ciertamente, la idea de vivir aquí le resultaba muy agradable. Y aparte, le resultaría muy práctico, pues la biblioteca no estaba tan lejana del lugar. Sólo esperaba que la renta no fuera cara.

Catalina reconoció por fin el restaurante y entró, encontró una mesa libre donde tomó asiento y esperó a que llegaran a tomar su orden. Tal vez y hasta con suerte le tocaría la misma mesera graciosa de la vez pasada.

Las cosas  no habían estado yendo bien para la familia Fa, pese a que el restáurate iba viento en popa y los postres  Mei Lin se vendían rápida y constantemente,  el padre de la jovencita había caído enfermo debido a un dolor de espalda que le tenía prácticamente en cama, lo cual les había hecho gastar bastante dinero en médicos que en realidad no les habían servido demasiado.  A tanto había llegado la necesidad de una entrada extra de dinero que la familia había decidido hacer un pequeño sacrificio: Rentar una habitación.

La idea no les agradaba demasiado, especialmente porque la familia siempre había mantenido una dinámica muy delimitada en el hogar y la presencia de un nuevo inquilino definitivamente haría que aquello cambiase de alguna forma. Dicha situación había logrado que incluso el buen humor a prueba de balas de Mei Lin flaqueara un poco mientras colocaba en el tablero de ofertas de la semana el anuncio de renta de una habitación en el piso superior, sin embargo en su corazón no había lugar para el desánimo por lo que tras tomarse un momento sonrió ampliamente para colocarse su uniforme de mesera y abrir el local, rápidamente este comenzó a recibir personas, pues la hora de la merienda se aproximaba, aquello era bueno sin duda y lograba que la jovencita se sintiese un poco mejor.

Grande fue su sorpresa cuando al escuchar la campanilla de la puerta vio entrar a la clienta de hacía unos días, la recordaba perfectamente pues esta había sido tan amable con ella a pesar de sus errores que difícilmente podría olvidarse de su cara, la emoción inundo el rostro de la mesera que sin dudar ni un momento corrió para tomar la carta del menú y fue directo a su mesa esbozando una sonrisa de un millón de dólares.- ¡Volviste! ¡Hola! ¿Cómo estás?  Gracias por regresar – hablaba tan rápido que apenas se le podía comprender mientras ofrecía una simbólica reverencia.

¡Que gusto tenerte con nosotros de nuevo! Dime~ ¿Qué vas a ordenar? Puedo recomendarte algo si quieres –preguntó Mei Lin mientras garabateaba un pequeño conejito en la hojilla de la orden.