[LIBRE] Otro día, otro dólar

El restaurant Flor de Loto era poco conocido fuera del barrio chino, pero dentro de este, no había persona que no supiera que aquel negocio era herencia de la familia Fa, una de las primeras familias de inmigrantes que se habían establecido en Coven Hills y de quienes por azares del destino sol solo quedaba una pequeña Familia compuesta por el señor Tao Fa y su señora quien era de origen coreano Yon Young Mi, por la que porcierto, su esposo había llamado al restaurante de aquella singular forma. Por último y no menos importante se encontraba la joven hija del matrimonio: Mei Lin Fa.

Hablar de ella puede ser sencillo, simplemente se trata de una chica común (o eso se presume) que trabaja a diario en el restaurante para apoyar a sus padres y de paso ahorrar algo de dinero para poder seguir estudiando. Usualmente la mayoría de los clientes la conocen por nombre e inclusive le tienen en cierto aprecio, sin saber si es por su trato o simplemente su forma de ser con los clientes. Aquel día para ella las cosas habían comenzado en completa normalidad, el local ya estaba listo para recibir al público por lo que dándole vuelta al letrero del aparador abrió las puertas del local.

- ¡Esperemos que llegue mucha gente hoy, Appa!

Gritó con fuerza mientras sonriendo de oreja a oreja se dirigía a la zona de mostrador para esperar a que arribara algún comensal, mientras su padre que leía el periódico sentado en una de las mesas del fondo negaba  con una sonrisa entre labios al oírla pues se sabía padre de una hija ruidosa.

Si hay algo de lo que ella puede presumir, es de su buen instinto. Pues gracias a él, Catalina ha podido mantenerse sana y salva después de tantos años. La ha guiado a tomar las mejores decisiones posibles, desde el calzado con mayor durabilidad hasta el hospedaje más seguro. Pero hoy, simplemente no funcionaba.

Iniciando su día desde primera hora en la mañana, Catalina partió de la habitación del motel (el cual no pagó) a buscar su café en una tienda de servicio (también robado) y subir a un autobús (gratis) que la llevara a la siguiente ciudad.

Al terminar la ruta y bajarse del transporte, estaba hambrienta. Se dispuso a buscar un establecimiento el cual pudiera ofrecerle una comida caliente con una salida rápida y sin cámaras de vigilancia. Y que estuviera abierto tan temprano. Sin embargo, no contaba con que su instinto estuviera atrofiado, pues ella apenas hablando inglés, tardó en percatarse de que ya estaba bien metida en el barrio chino y no sabía cómo salir.

El flujo de transeúntes era abrumador y las pocas personas que no estaban desplazándose no entendían su limitado lenguaje como para saber que se moría de hambre ni tenían la paciencia para adivinar. Entonces optó por entrar a todos los comercios que parecieran comedores.

Después de haber entrado a varios locales y una que otra casa, fue como encontró “La Flor de Loto”. Era un lugar pequeño pero agradable que te invitaba a tomar asiento mientras esperas tu orden. Mas Catalina primero quería asegurarse que ninguna anciana la iba a correr con la escoba por irrumpir en viviendas ajenas.

Fue así, como desde la puerta, vio a la chica detrás del mostrador y con una voz lo suficientemente alta para que pudiera escucharla a tal distancia, pregunto:

- Uh, ¿comida?

Catalina, motivada más por el aroma de la comida que salía de la cocina que la amabilidad de la chica, asintió y caminó hacia una mesa libre. Movió la silla y puso su enorme mochila en el suelo de tal manera que no estorbara. Al sentarse, notó lo cansada que se sentía. No tenía idea del por qué pero desde que llegó al pueblo se sentía terriblemente indefensa y desubicada. No experimentaba esa sensación de vulnerabilidad desde que era una niña. Había perdido su intuición y eso era todo lo que Catalina disponía para protegerse. Se mordió el interior de la mejilla y tomó el menú de la mesa. Primero tenía que recuperar fuerzas.

Como no padecía de alergias ni era quisquillosa al comer, casi siempre podía seleccionar cualquier platillo y consumirlo sin problemas. Señaló la imagen de un guiso con fideos al voltear sonriendo hacia la trabajadora y dijo:

- Por favor, esto. Y té.

En lo que esperaba su orden, Catalina se cuestionaba si la cordialidad de Mei Lin era un acto que ejecutaba por las necesidades de su empleo o si realmente ella era así, pues nadie quiere darle propina a las meseras que te ponen mala cara. Y es que esta chica parecía muy honesta y efusiva como para fingir tal trato. Pero igual, ¿qué podría saber Catalina siendo que ella manipulaba diariamente sus gestos faciales así como la modalidad de su voz con el fin de simpatizar a desconocidos? Siempre con el propósito de sacar el mayor provecho posible.

De todas formas, la chica era lo suficientemente llamativa y bonita como para que le dieran ganas de fotografiarla. Tal vez Catalina le pediría retratarla, a ella y al restaurante…

Mei Lin se acercó con un plato y lo depositó sobre la mesa y después, apenada, le preguntó sobre qué proteína quisiera en su comida. Al parecer, ambas olvidaron especificar el acompañamiento del guiso.

- Pollo está bien, gracias -  Contestó a lo que reprimía un suspiro mientras sentía la tripa gruñir con violencia. ¡Tenía tanta hambre!

Con su platillo ahora completo y en la mesa, Catalina apenas notó que la mesera salió disparada a atender a la nueva clientela que entró al local. Al instante, tomó los cubiertos y empezó a engullir su comida.  Los primeros bocados de la chica fueron rápidos y le provocaron hipo. Estiró el brazo para alcanzar su vaso, mas este estaba vacío. ¡Qué mesera tan distraída! Primero su guiso y ahora su té. Comenzó a buscarla con la mirada para recordarle de su bebida pero la vio tan ocupada, que mejor sacó la botella con agua de su mochila y bebió de ella. Lo mejor sería pasar desapercibida y qué mejor oportunidad que un establecimiento lleno de gente con solo una trabajadora despistada atendiendo todas las mesas. Si esperaba el momento adecuado, podría irse sin pagar. Aunque sería una lástima no volver, la comida estaba muy rica…

Siguió comiendo, esta vez más tranquila mientras pensaba qué hacer después de huir del restaurante. Necesitaba un lugar dónde instalarse indefinidamente, no tenía idea de cuánto podría durar en esta ciudad. Por lo general, no se quedaba mucho tiempo en los lugares que visitaba, aproximadamente de dos a tres semanas. Regularmente, optaba por pequeños departamentos (no siempre amueblados) mientras “convencía” a los dueños que le permitieran esperar unos días para darles el depósito. Así que conseguir un mapa y periódico eran sus prioridades.

La mesera se acercó para preguntarle si necesitaba algo más y cuando Catalina iba a responder que ya estaba satisfecha, esta se disculpó por la demora y le arrimó un plato sobre la mesa. Era un volteado de piña que ella había horneado y se lo estaba regalando. La mesera se apartó (casi cayéndose con la estorbosa mochila que olvidó quitar de la pasada) y dejó a la joven sola con el postre. Cuando Catalina obtenía algo gratis, casi siempre era porque ella manipulaba la situación para salirse con la suya, o bien, porque se fugaba antes de que le cobraran. Sin embargo, en esta ocasión ella no había hecho absolutamente nada para ganarse el favor de la empleada. ¡Si apenas le había sonreído y dirigido la palabra! Extrañada, tomó la cuchara y probó el pastel.

¡Delichiosho! – exclamó con la boca aún llena de comida mientras buscaba con la mirada a la mesara – Muy shabrosho…- decía masticando y señalando el platillo frente a ella. Después de tragar el bocado, agregó sonriéndole ampliamente a la chica– Piña, mis frutas favoritas.

-Uh…- Cuando Catalina podía conseguir algo gratis, lo tomaba sin pensarlo dos veces. Ya no recordaba si era una oportunista por naturaleza o por las circunstancias, pues siempre había carecido de una economía estable, incluso cuando vivía con su familia. Era extraño que pagara sus cuentas. Si lo hacía, casi siempre era porque no había otra opción o porque le daba mucha pena dejar su deuda en ciertas situaciones, como cuando la atendían los ancianos o personas muy humildes.

Pero al ver la abnegación de la mesera hacia ella, sintió que no debía permitir que utilizara su salario para reponer sus alimentos. Era una distraída o tal vez simplemente no fue un buen día para la chica, pero no se podía quejar de falta de cordialidad. A diferencia de Catalina, su simpatía no parecía forzada. Y era muy probable que fuera un restaurante de su familia… Y no quería meterla en problemas… Y es que el pastel de piña estaba tan delicioso…–No, gracias. Pago yo.-dijo al terminar de tragar su bocado y sonriendo agregó - No quiero problemas causar.

Regresó su atención al platillo para continuar comiéndolo. No quería que la mesera le discutiera su decisión. Ya bastante le iba a costar tener que pagar, no le quedaba mucho efectivo y necesitaba conseguir más. Aun así, Catalina no se arrepintió y determinada sacó su cartera de la mochila sacando algunos billetes. Ya había terminado y estaba lista para irse. Fue una comida muy sabrosa con un postre exquisito. Y a pesar de los contratiempos, el servicio fue muy cálido. Puso el dinero que creyó exacto sobre la mesa (eso sí, sin dejar propina, no era tan generosa), tomó su mochila y salió por la puerta sin despedirse. Después volvería, ese pastel de piña era una experiencia que quería repetir.